sábado, 21 de abril de 2012


El primer viaje del Démeter.
El fundador de un mito de la literatura y el cine hace un siglo de haber fallecido.

Mala suerte
El 20 de abril de 1912, Abraham Stoker dejó este mundo.  Hace ya cien años.  Este dublinés estudió en el Trinity College  de Londres, una de las mejores escuelas de su momento, tuvo de rival de amores ni más ni menos que a Óscar Wilde; y le ganó la mano y el resto del cuerpo de la bella Florence Balcome. Fue crítico teatral, novelista, dramaturgo, administrador del Lyceum Theatre, lo cual llevaba ser  esclavo de  Henry Irving (considerado uno de los mejores actores de su tiempo y el primero en ser nombrado caballero). Fue esposo, padre,  tío, hijo y muchas otras cosas, seguramente. Pero si  Abraham, Bram, Stoker  tiene un lugar en la Historia de la Literatura Universal  no es por todo esto, sino por ser el creador de Drácula.

Y el por qué  de que el padre del vampiro mayor, este respetable ancestro de toda la horda de chupa-sangres que nos invadió todo el siglo pasado, y de lo que llevamos del actual,  no sea recordado como a otro grande de esa época  es muy sencillo: mala suerte.  Bram Stoker tuvo mala suerte en vida y también a la hora de su deceso; el cuál ocurrió en la misma semana del hundimiento del Titanic.

Pero a diferencia del trasatlántico, cuya mitología  reciente es en buena parte gracias a la película de James Cameron, la creación de Stoker no ha necesitado de un boom específico o una película en particular. El momento de Drácula comenzó  a principios del  siglo XX, ¿películas? Las que gusten y manden: estadounidenses, latinas, europeas, koreanas. ¿Libros? Todos: novelas (incluida una pésima y desafortunada segunda parte escrita por un descendiente del autor), estudios literarios, estudios sobre las películas, biografías de los actores que lo encarnaron,  guías turísticas por los lugares donde ocurre la novela.

Drácula VS la modernidad
¿El secreto de semejante fenómeno? Fácil: Bram Stoker fue un gran observador de su tiempo, y su tiempo fue uno de grandes y sustanciales cambios. Se sabía en colisión con una modernidad que habría de cambiar al mundo y tomó los viejos temores, el folclore, las tradiciones  y otros temas ya utilizados por otros grandes y venerables colegas (Poe, Le Fanu, Polidori, Byron, Dumas, Turgueniev) y los contrapuso a esa modernidad. El conde, entonces, representa la oscuridad, la vieja y siniestra Europa, que decide salir a un mundo nuevo, representado por Londres, la gran capital literaria del sigo XIX junto con Francia y Rusia. Pero  se topa con un grupo de valientes  que le cerrarán el paso y lo remitirán a las tinieblas de las que ha  emergido.  

No es casualidad que en el  selecto grupo de cazadores de vampiros estén concentradas dos las profesiones que habrían de marcar  derroteros en el siguiente siglo: la medicina y la psiquiatría.  También  un vaquero,  representante del nuevo mundo que, hay que ver, es la única baja al  final de la historia (¿la inexperiencia de la joven América contra la pericia de la madura Europa?).  Stoker, además,  se sirve de ciencia y religión para luchar contra el Mal, como si la diferencia entre ambas ni existiera ni tampoco estuviera acentuada por El origen de las especies, publicada en 1859.  Estacas de madera, ajos y crucifijos comparten con máquinas de escribir, telegramas, fonógrafos el mismo poder.

Otros detalles que vuelven a Drácula una obra imperecedera  es que sirve como espejo de nuestros tiempos: Stoker  representó en su monstruo la preocupación victoriana por la inmigración y la mixtura de razas, misma que ahora se vive en algunos sectores de Estados Unidos cuando se trata de la actual “invasión” latina.  La forma en que Drácula esparce no vida a otros cuerpos es la preocupación del autor por la enfermedad del momento: sífilis, la cual se transmite por el contacto sexual y fluye por la sangre, al igual que en nuestros días el SIDA (aclarando el punto de que éste último no sólo se transmite por  relaciones sexuales).

Abraham Stoker representó en su Drácula a la “Nueva Mujer”: movimiento feminista que habían logrado levantar la voz contra una sociedad regida por hombres y que generaba tanto admiración como desconfianza por varios sectores de la sociedad victoriana.  La nueva mujer está representada por la valiente y sufrida Mina Murray (a la postre Mina Harker), que escribe a máquina de escribir tan rápido como cualquiera, es taquígrafa y será la luz del farol por la cual los hombres llegarán al enfrentamiento final. Mina, pues, pertenece al mismo club literario de Ana Karenina, Emma Bovary, Jane Eyre e  Irene Adler.



Cine y literatura
Drácula encontró en el cine el mejor vehículo para transitar el siglo XX; no en balde,  junto con James Bond y Sherlock Holmes, es de los personajes más recurrentes de la industria. A pesar de que Florence negó ceder los derechos del libro a F.W. Murnau, es bien sabido que el ratonil conde Orlok es apenas la primera metamorfosis  cinematográfica del  descendiente de Atila. Después vinieron  todos los demás, los Bela Lugosi, Christopher Lee, Frank Langella, Jack Palance, Germán Robles, Gary Oldman, Gerald Butler, y un largísimo etcétera.  Desde las versiones apegadas a la novela hasta las más alejadas, como Underworld, todas, de una u otra manera, han bebido del pecho abierto del conde.
Y en literatura, Drácula dejó tras de sí toda una tradición que sigue y sigue; incluso con algunas variantes notables como los vampiros de Anne Rice; el Ansia, de Whitley Strieber;  la Trilogía de la oscuridad, de Guillermo del Toro y Chuck Hogan (que en el primer libro hace un trasunto maravilloso de la llegada de Drácula a Inglaterra, colocando a su vampiro en un avión vacío que acaba de llegar al John F. Kennedy).  El fenómeno de Crepúsculo  ha generado un exceso del mito del vampiro creado por Bram Stoker, y aunque ha avivado el  interés por el público más joven, no hay nada más alejado al viejo conde de los Cárpatos que una versión vampírica de Beverly Hills 90210.  En palabras del mismo Drácula: “En lo que a mí concierne, no busco ni la alegría ni la diversión, menos aún la felicidad que obtienen los jóvenes por un bello día de sol y el murmullo del agua”*.

Bram Stoker hizo el pasado veinte de abril cien años de muerto. En su momento, el hundimiento del Titanic relegó la necrología a un pequeño espacio en algún periódico.  No importa. El barco tuvo que esperar casi un siglo para ser revivido; Stoker, de la mano de su criatura, lleva mucho más tiempo colgado de la inmortalidad.

*Drácula, edición de Mondadori, 2005.