jueves, 5 de diciembre de 2013



Medianoche en México, de Alfredo Corchado.


Una de las frases de Medianoche en México debería tomarse  como dogma de fe: “Todo cambio lleva su tiempo”. Han pasado  trece años desde el arribo del PAN al poder, y apenas uno de su salida. El PRI gobernó por más de setenta años.  Ahora  está de regreso.

Pareciera, entonces, que la tesis del autor es que el cambio en México ahí viene; muy lento, pero viene. Y eso que Alfredo Corchado despliega en muchas partes  de su libro una verdadera fe en el cambio, en el logro de esa quimera llamada “el sueño mexicano”.  

Todo comienza con una llamada de advertencia: ha surgido la amenaza de muerte para un periodista estadounidense radicado en México. Alfredo la recibe en su departamento de Coyoacán, en el Distrito Federal, y de inmediato llama a sus contactos. Aunque no es la primera vez que recibe una advertencia de ese tipo, no es para tomarlo a la ligera: la amenaza parece venir de los Zetas, el grupo armado más violento en la historia de un país históricamente violento.

A partir de ahí comienza el descenso a las tinieblas que tan bien indica el subtítulo del libro. Alfredo Corchado entrelaza los hechos que siguieron a la advertencia con su propia historia, en un tiempo que pareciera muy lejano, pero que no lo es. Un tiempo donde los trabajadores mexicanos cruzaban todos los días la frontera para trabajar en Estados Unidos, y regresaban a México con la misma tranquilidad por la tarde o por la noche.

Corchado impregna su libro por un amor que podría ser hasta cursi. Pero no. Es el amor de un migrante, de alguien que de principio no se quería ir de su país, y que después, cuando entendió su nueva naturaleza, no hizo más que soñar con el regreso, en hacer algo por la tierra de su familia, de sus ancestros. En ese tono, el libro es también la crónica del desencanto, la pérdida de esa inocencia que los estadounidenses tanto se ufanan (o se ufanaban1). Es la narrativa de la fe menguante.

Pese a su deseo de quedarse, de esperar por ese cambio iniciado con la elección de Vicente Fox en el 2000,  el país  golpea al  narrador una y otra vez; y este termina por contarnos lo que ya sabemos, mas siempre desde el punto de vista narrativo de una  Pandora que se asoma al la caja recién abierta: la corrupción endémica, enraizada hasta la médula en un país que bien compara con un cuerpo enfermo; la lista creciente de muertos (comparada solo con la lista de los implicados en el narcotráfico), el baño de sangre, Ciudad Juárez convertido en un dantesco círculo del infierno. 


Las últimas partes del libro son quizás las más desgarradoras: entreverado con su historia personal, el autor, completamente desencantado de México, nos narra el funeral de un grupo  jóvenes que fueron asesinados por error en una fiesta, su acercamiento con los padres, el dolor en carne viva. En contraposición, cuenta también un hecho de lo más habitual: un acto de corrupción que, sin embargo, sirve para ejemplificar la podredumbre del sistema; sin importar el partido político.

Al final, como si de una novela circular se tratara, Alfredo Corchado vuelve al inicio de todo. Una vez más, cuando pareciera vislumbrar una luz al final del túnel, una señal de que el ansiado cambio existe (o al menos comienza a avanzar un poco más rápido), otra llamada del mismo contacto le pone los pies en la tierra.

Al cerrar el libro,  la última frase queda prensada de uno, y uno se duerme; y al día siguiente, al poner las noticias, no se puede evitar el impulso de abrir de nuevo el  libro y leer esa frase una y otra vez, y aceptarlo: Alfredo Corchado tiene razón. Es medianoche en México, y faltan muchas  horas para el amanecer.


 ANOTACIONES

1.         En un documental  de la BBC de Londres, Carlos Fuentes  señala que esa inocencia, una de las virtudes de los Estados Unidos, no puede existir en un mundo que ha conocido los campos de concentración, el gulag, y tantos otros horrores a lo largo del siglo XX.