La importancia de un nuevo nombre
Tantos años para llegar a ocupar el privado de la oficina y ahora que por fin lo logró, Juanito intuye que le falta algo. No lo sabe a ciencia cierta, sólo sabe que ahí, en la soledad de su nuevo privado, algo necesita. Tamborilea los dedos sobre el teléfono y se decide a marcar; el timbre suena al otro lado de la pared, lo escucha casi como si sonara junto a él. Piensa: <<Voy a decirle al coordinador, que es mi cuate, que mande a tirar esta pinche pared de tabla roca y me ponga una de concreto… Hasta la respiración de esos puedo escuchar>>. El teléfono suena una y otra vez. Nadie contesta. Juanito espera y cuando el tono de llamada tuerce en el de ocupado, cuelga. Respira hondo. Sabe que Nancy está ahí, pero sabe también que es una de tantas envidiosas que no vieron con buenos ojos su reciente ascenso. No contestará el teléfono, ella misma se lo ha dicho: <<No voy a ser tu secretaria>>.
La llama entonces, y la muy cabrona espera hasta dos minutos para levantarse de su lugar y atender el llamado del nuevo jefe. <<¿Qué pasó, Juan?>>, dice ella, seca, hastiada, y se queda parada en el marco de la puerta. Nada de: <<¿En qué le puedo ayudar, licenciado?>> , <<¿Se le ofrece algo, licenciado, quiere que tome nota de su dictado, quiere un café…? Licenciado>>, como Juanito entendía que debería ser una subordinada con su jefe. Pero no con ella que había sido su par durante tanto tiempo, juntos habían sufrido las mismas ninguneadas e injusticias. <<Nada>>, le dice Juanito, <<Olvídalo>>, y luego piensa: <<¿Qué chingaos vas a saber tú, pinche analista mediocre?>>.
Ella, como tantos otros en la oficina, lo mira con envidia, hablan incluso de él a sus espaldas. Puro ardor porque no tuvieron la suerte de ser cuate del nuevo jefe, de haber estado ahí para alabar hasta el más sonado de sus errores y decirle que la culpa, por supuesto, no era de él porque él era el jefe y el jefe siempre tenía la razón. “Arrastrado”, le dirán algunos, pero Juanito se dice a sí mismo estratega; tanto que cada limpiada de bota le ha retribuido ese puesto, creado exclusivo para él. Que se jodan, ahora es jefe y lo tienen que tratar como tal. Hasta su estátus de Facebook cambió, también su foto en las otras redes sociales donde se le va en mandar mensajes de superación personal y laboral.
Pero algo sigue faltándole a Juanito. Ya tendrá tiempo de averiguarlo, eso sí lo sabe. Descuelga el teléfono y marca al banco: va a pedir un préstamo a cuenta de su nuevo y jugoso sueldo. La ejecutiva de cuenta lo trata con el protocolo dictaminado para quien se ha presentado como “Jefe de la secretaría ejecutiva anexa a la coordinación general”. La mujer del otro lado de la línea le pregunta su nombre, y es en ese momento cuando Juanito sabe lo que le falta.
No puede presentarse como antes, como Juan Pablo Pérez Cova, no, ni loco. Su nombre debe sonar acorde a su puesto. La ejecutiva, tras los segundos de silencio, le pregunta si sigue en la línea, y Juanito, titubeante, contesta: <<Acá sigo, señorita>>. Ella le vuelve a pedir su nombre completo y él duda… ¿Qué nombre? Juan Pérez no, es vulgar de tan habitual, puede ser Pablo Cova; ése, de hecho, le gusta más pero le falta algo, un plus que le diera la categoría que ahora requería. Pensó en Jean, que le suena francés, pero le vino a la cabeza el nombre de un actor de esas teleseries gringas que eran su fascinación de adolescente, y se decidió por ese: Ian. <<Ian Pablo Cova>>, dijo a la ejecutiva y ahora fue ella quien guardó silencio por unos segundos. ¿Había sido una risa velada por la mano tapando la bocina del teléfono lo que escuchó? Estaba por decir algo o no decir nada y colgar cuando la mujer le pidió su edad.
Acabada la llamada telefónica, Juanito piensa en su nuevo nombre; lo dice a media voz para que Nancy no lo escuche. No termina de convencerse. Algo en la combinación no suena del todo bien, pero es la única que se le ocurre. Esa misma noche, al salir de su nuevo privado, Juanito piensa en cómo se verá su nombre en la puerta. Ahora, seguro de que no hay nadie cerca, lo dice en voz alta y así parece sonar mejor. Antes de irse decide que sí, mandará a poner su nombre en la puerta. Se lo pedirá al coordinador. <<En la próxima reunión le haré notar lo acertado de sus decisiones y luego se lo pediré>>, piensa y se va. Feliz.