martes, 17 de febrero de 2015

La vida es como una mala canción.

Reinó el silencio.
La reunión había acabado y era el momento de regresar cada uno a su lugar. Muchos ni si quiera quisimos entrar a la sala de juntas; las últimas dos veces fue para dar malas noticias disfrazadas de buenas o para dar anuncios oficiales cuyas omisiones resultaron ser lo realmente importante.
Era el estilo.

Aquella vez fuimos convocados para la presentación oficial de los nuevos jefes: tres hombres llegados de fuera que venían a cubrir puestos especializados. Si ellos estaban calificados o no para esos puestos, era algo que sabríamos con el paso de los días. En ese momento lo importante era la presentación, que resultó durar menos de lo planeado. Nadie decía nada.

Cada uno de ellos había dado un paso al frente, dicho su nombre, lo agradecidos que estaban con el director por la oportunidad, y, por supuesto, la amenaza velada: “Ya nos iremos conociendo y sabiendo qué hace cada uno de ustedes”. Pero ya. No sé si esperaban una ronda de preguntas y respuestas, o qué diablos.

Estaba el director por terminar la reunión cuando uno de ellos, el más flaco, dio un paso adelante. Dijo: Yo quiera comentar algo, si el director me lo permite. El director se lo permitió y nosotros, qué de otra, tuvimos que chutarnos el pequeños sermón.
Dijo el nuevo jefe:


“Quiero que estén bien conscientes de dónde están y den gracias. Afuera, afuera las cosas están muy fuertes y hay una fila enorme de gente esperando a ocupar sus puestos. Pero eso no es todo, deben estar agradecidos porque hasta los extranjeros, gringos, europeos, suecos, se pelean los puestos en México. De verdad. Quieren venir a trabajar acá por los buenos salarios y las prestaciones que no tienen en sus países; en serio, muchachos, no saben lo afortunados que son. Allá, si bien les va, tendrán un día de descanso; no como acá, como nosotros. De verdad. Piénsenlo”.


Otro silencio. Incómodo silencio.
Al cabo, por fin dieron la orden de regresar a trabajar. Creí que la única inteligencia ofendida había sido la mía y, sin embargo, no fue así. Fue la comidilla por semanas, y por semanas, comentando lo ocurrido con mis compañeros, al recordar las palabras de aquel sujeto, no pude quitarme de encima la sensación de estar en una canción, en una muy mala, en una de Arjona.


Así de jodida estaba la cosa.