Hay ciertos placeres que la modernidad nunca podrá
darnos. Aunque aparentemente, Internet
está devorando el mercado editorial y los agoreros del desastre babean
con el supuesto final del la era Gutenberg, lo cierto es que pocas cosas pueden compararse con entrar a una librería
de viejo. Hay una promesa de aventura en
esas bodegas donde el polvo y la humedad dan la bienvenida apenas se cruza la
entrada.
Llevo años yendo a la librería Los hijos de Sánchez, que está sobre la 3 sur, entre la 7 y la 9 poniente
(antes estaba en la 4 sur, entre la 9 y la 11 oriente). Caí ahí cuando la falta
de trabajo y el hambre me obligaron a ordeñar mi biblioteca (¿quién dice que
los libros no dan de comer?); después, cuando comencé a pulir lecturas, regresé
con varios libros que me retribuían un costo mínimo en comparación con el
precio original. Actualmente voy cuando hago purga de tal o cual libro que no
me gustó o que, en definitiva, ya no pienso leer.
Pero lo mejor es cuando voy por el simple deseo de
ser encontrado por ese libro que llevo años buscando, algún descatalogado o una
edición vieja de un ejemplar que ya
poseo. Me pasó apenas con una novela de
Emilio Carballido que en la mayoría de
las librerías comerciales está arriba de $100; en Los hijos de Sánchez lo encontré en la colección Volador, de
Joaquín Mortiz, por $40. Sus páginas amarillean, huele a viejo y tiene rastros
de sus antiguos dueños. En otra ocasión me topé con una edición vieja de Carrie; tanto que Stepehen King todavía
no alcanzaba la fama y, como dice en la solapa, daba clases en una escuela de
Maine.
Otra ventaja es que siempre están en temporada de
rebajas; incluso los títulos nuevos tienen un precio que muchas veces hacen
preguntarse por qué nadie se ha dado cuenta de semejante ganga. Pero lo mejor no
está en el apartado de novedades, sino en la mesa central: ahí, formados en
varias filas, se mezclan clásicos con best
sellers. Igual se puede topar con el último Harry Potter que con una edición viejísima de El velo pintado de Somerset Maugham, o algún libro de Vázquez
Montalbán imposible de encontrar en los catálogos en línea de las librerías nacionales.
Un poco más al fondo, en otra larga mesa atiborrada,
está la sección para exigentes: libros en inglés o alemán, la mayoría en
ediciones de bolsillo manoseadísimas, con los lomos llenos de estrías. También
están las especialidades: física, química, medicina, matemáticas. Da cierta
nostalgia encontrarse con esos libros de informática que en algún punto de la
juventud fueron lo último de lo último: Cómo
usar dBase III plus, Manual de
usuario de Windows 95, Programación
Pascal, Cómo programar en C y C++ (dinosaurios
prematuros de la editorial McGraw Hill que el abrumador avance de la tecnología
se encargó de descontinuar incluso antes de los productos sobre los que
versaban).
Siempre hay una novedad, un descubrimiento afortunado,
una sorpresa esperándonos entre las filas y columnas de libros viejos. Libros
que han pasados por cualquier cantidad de manos y que esperan a ser encontrados.
Es la búsqueda del tesoro, la promesa de aventura, del placer que la modernidad
todavía no puede darnos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario