Parecía que no iba a ocurrir
nunca. Parecía que siempre iba a estar ahí para darnos uno de sus
atinados y lúcidos comentarios sobre nuestra realidad, o acerca de los dislates
y estupideces de políticos y gobernantes; no sólo los nacionales sino de
cualquier latitud. Porque aquello de “mexicano universal” no es un simple
eufemismo, una etiqueta con la cual marcar a un viajero incansable, a un
observador agudo, crítico, poseedor de una cultura envidiable. Parecía que nunca dejaría de alegrarnos con
un nuevo libro cada cierto tiempo ni con las ansias del próximo (su método de
trabajo era disciplinado y apenas entregaba un original, ya estaba con el
siguiente).
Parecía, pero no. Hoy nos dejó el escritor, el mexicano universal. Y si bien
cuesta creer que no tendremos su voz que nombre políticos y gobernantes o su dedo índice,
torcido por usar todavía la máquina de escribir, señalándolos, tenemos lo mejor
que Carlos Fuentes pudo habernos dejado: su inmensa obra.
Fue hace veinte años cuando lo conocí por primera vez, gracias a mi madre, que además de ser mi
madre fue mi maestra. Era el curso de taller de lectura y redacción. Ella, mi
mamá y mi maestra, escribía en el pizarrón los libros a elegir para el
análisis literario. Al fin, terminado el listado, dijo:
−Muchachos,
estos son los libros que pueden escoger para su análisis –volteó a verme con
esa severidad en su mirada que yo sabía no iba a aceptar un no como respuesta;
incluso desde antes de pronunciada la sentencia −. Víctor, tú vas a leer La región más transparente.
La elección no fue al azar. Mi maestra, que
también es mi mamá, no quiso que me quedara con el cuento en blanco y negro de
la Revolución mexicana; debía saber que, tras la contienda, varios vicios del
porfiriato no sólo se quedaron, sino que, además, habían evolucionado con el
tiempo. La justicia y la injusticia sólo cambiaron de lugar. Por eso La región más transparente. Por eso
Carlos Fuentes.
En la obra de Fuentes encontré una mirada de México que si bien me sacudió al inicio, después pasó a
ser parte de mi propia idiosincrasia. En la obra de Fuentes descubrí que México
no tiene una sola cara, sino varias. Con la obra de Carlos Fuentes tomé
conciencia de la herencia genética que viene no sólo de los aztecas, sino también del Mediterráneo, de los fenicios,
los griegos, romanos, judíos y árabes, de la vía láctea hacia Santiago de Compostela y, claro, de la
España medieval.
En la obra de Fuentes descubrí universos oscuros como los de Aura,
Chac Mool, Cambio de piel. Pero
también esa mirada libre de prejuicios de la historia: La muerte de Artemio Cruz, La
silla del águila, o la
maravillosa Los años con Laura Díaz (leída
en combo junto con El evangelio según
Jesucristo, de Saramago. Cada noche era un sufrimiento terrible elegir cuál
de los dos seguir leyendo).
Carlos Fuentes decía: “Sólo dañamos a
los demás cuando somos incapaces de imaginarlos”. Y la imaginación del escritor era vasta y
fértil. En Gringo viejo, Fuentes
imagina el destino de Ambrose Bierce entre los desiertos de un México convulso
por la revolución. O en Cristobal no nato, con sarcasmo, un futuro que, como la Historia lo ha
demostrado, se empeña en conservar los lastres de siempre.
Sobre Terra Nostra,
dice Xavier Velasco que alguna vez le preguntó a Carlos Fuentes que si
sus obras fueran cuartos de una casa, qué lugar ocuparía esta novela. La
respuesta fue: la más alta, desde donde podía ver todo.
Sobre Terra Nostra hay un chiste que dice que cuando la escribió, el maestro Fuentes contaba
con una beca, y que para leerla también es necesaria una beca. Es verdad. Es la
obra más ambiciosa del escritor, una vuelta de tuerca a la historia, una mirada
diferente y el Everest personal de varios (inclúyome en el grupo).
Muchos no le perdonan el alejamiento del gobierno cubano, el ser asesor de Echeverría, la
amistad con Francois Mitterrand o con Bill Clinton. Enrique Krauze lo llamó “el
revolucionario romántico”. Los recelosos
guardianes de la nueva literatura lo acribillaban porque no había leído a
Roberto Bolaño; menos que no lo incluyera en su canon personal en su último
ensayo: La gran novela latinoamericana.
Pero Carlos Fuentes, como él mismo decía, “desayunaba críticos todos los
días”.
Crítico del gobierno de Vicente Fox y de
Felipe Calderón. Crítico del PRI y de su actual candidato a la presidencia: “Este señor
Enrique Peña Nieto tiene derecho a no leerme, lo que no tiene derecho es a ser
presidente de México a partir de la ignorancia, eso es lo grave”; o de los
candidatos en la contienda electoral al llamarlos mediocres. Carlos Fuentes,
ante todo, fue un progresista, enemigo de las dictaduras como la de Hugo Chávez
en Venezuela.
Los que lo conocieron
personalmente cuentan de su gran generosidad,
especialmente con lectores (podía pasar hora de pie firmando
libros) y con los escritores jóvenes (fue promotor del Crack entre otros, en su). Pero para quienes lo conocimos, lo
hicimos nuestro, a través de sus libros nos queda el escritor para el cuál la
literatura era todo.
“Con razón o sin ella, yo he vivido para escribir. La
literatura, casi desde la infancia, ha sido para mí el filtro de la
experiencia, desde el temor a un castigo paterno hasta la noche de amor más
reciente. Sexo, política, alma, todo pasa para mí por la experiencia literaria.
La expectativa del libro refina y fortalece los datos de la vida vivida. Quizás
nada de esto sea cierto o, en realidad, sea al revés: la imaginación literaria
es la que determina, provoca, las demás
situaciones “reales” de mi vida. Pero si es así, yo no me entero.” *
*Diana o la cazadora
solitaria.