Cristiada: La historia de México que te quisieron contar.
Alguna
vez, en uno de sus polémicos comentarios, Joaquín Sabina declaró que debería
existir la pena de muerte para aquellos grupos españoles que cantan en
inglés. Claro que esto no es más que un exabrupto del genio de Úbeda, una
manera exagerada para expresar su inconformidad por aquellos cantantes hispanos
que, estando en todos su derecho, usan un idioma extranjero para expresarse. Y
es que se puede o no estar de acuerdo cuando se usa el idioma global para
tratar temas locales; lo que no se puede negar es que es rara la sensación
de escuchar en inglés algo que, supuestamente, debería estar en español.
Esto
ocurre muy al incio con Cristiada, película del 2012 dirigida por Dean
Wright que aborda el tema de la guerra cristera, ocurrida en México entre 1926 y
1929. La sensación de ver a un acartonado Peter O´Toole (que más bien parece
Chabela Vargas con sotana) mezclando inglés y español es la misma
cuando se escucha a la Frida de Salma Hayek diciéndole a Diego Rivera:
“eat your mole, panzón”: algo no cuadra, está fuera de lugar. Pero el terrible
espanglish de los personajes de Cristiada es el menor de sus males.
Promocionada
como “la historia de México que te quisieron
ocultar”, la cinta (la de mayor presupuesto hasta la fecha en la historia del
cine nacional) nos despliega a un México convulsionado por la Ley Calles:
federales prohíben las celebraciones religiosas y el grupo que más adelante
sería conocido como los cristeros se organizan para boicotear la orden de uno
de los presidentes más autoritarios de la historia de México. El campo
histórico es fértil; Graham Greene lo sabía. Sin embargo, Michael Love prefirió
escribir un producto de fácil consumo nacional (en inglés, of course), una telenovela de más de dos horas y media,
complaciente y sin riesgos que convierte personajes históricos en clichés.
Andy
García interpreta al general retirado Enrique Gorostieta
Velarde que tras un sutancioso contrato (sustancioso
para esos días, actualmente se pueden contratar sicarios por menos) decide dirigir
a las hordas cristeras. Se nos presenta como un estratega único,
cuyas brillantes referencias son haber vencido a Zapata (¿habrá
sido el primero o el último en dispararle en Chinameca?) y la otra,
oscura para ser incluida en un currículum de cualquiera, pelear
al lado del nefando Victoriano Huerta. El personaje de Wright y Love es una
mezcla entre Pancho Villa, George Patton y cualquiera de los hermanos Almada:
nunca se quita los guantes, ni se despeina ni le crece el bigote; tan
pulcro que vuelve al “Rubio” de Clint Eastwood, además de bandolero, un
pordiosero sucio y maloliente.
Porque
la interpretación de García es eso: un vaquero del viejo oeste de finos modales
impostado en el México post revolucionario. Escucharlo hablar de libertad hace
pensar más en un producto made in USA que en el derecho natural de
cualquier hombre o mujer a profesar la creencia religiosa que le venga en gana
(será por los tiempos o por la calidad en la interpretación, pero esto no pasa
hacia el final de Breaveheart, con el grito agónico del William
Wallace interpretado por Mel Gibson). Eva Longoria, por otro lado, la esposa
deseseprada del general Gorostieta, tiene más presencia en el
cartel promocional que en la película en sí. Y su actuación de mujer
abnegada y sumisa es casi tan buena como las pocas palabras que suelta en
español.
El
resto del casting, el nacional, tiene al menos la particularidad de que su
inglés es más aceptable que el español de la pareja protagonista, aunque no por
esto deja de dar risa la dramática actuación de Karyme Lozano a la hora
de la muerte de su hijo. O el descafeinado Plutarco Elías Calles, interpretado
por Rubén Blades, quien más parece un político de quinta por sus intrigas de
cuarta que un militar emanado de la revolución, enérgico y prepotente.
Y
hacia el final, el principal mal de Cristiada es ser una obra
maniquea de cabo a rabo. Director y guionista se conformaron con la historia
oficial, de blanco y negro, cayendo en el mismo error de los escritores y directores
de culebrones nacionales: dejaron fuera los grises de una historia donde,
¿quién se atreve a negarlo?, hasta los santos fueron pecadores y los pecadores
llegaron a ser santos. Los buenos creen en Dios, y es por esto que,
incluso, faltan al quinto mandamiento de la misma fe que les está
prohibida. Los malos no creen en Dios, sino en las órdenes de su
presidente. Los buenos tienen garantizado el cielo porque no importa si
queman un tren con inocentes o disparan a mansalva, al fin y al cabo
tienen a Dios de su lado (Torquemada asentiría gustoso esta tesis). Los
malos tienen garantizado el infierno no sólo porque matan a los buenos, sino
porque son tan malos como cualquier personaje interpretado por Carlos
López Moctezuma.
Director
y guionista debieron basarse, como míninmo, en El poder y la gloria;
no por la historia sino por el desarrollo del personaje y sus conflictos
internos, y quizás con esto volver más creíble a un personaje como el cura
guerrillero. Como película histórica, Cristiada es un buen chilli
western. Sus tomas de los desiertos mexicanos donde se resguardan los
héroes recuerdan a esos otros desplazamientos largos de El gran
Cañón en Young guns I y II. Lo mismo ocurre con los
enfrentamientos y las emboscadas (qué más clásico que el villano resguardado
tras una piedra, viendo avanzar al contingente de héroes, esperando, listo para
disparar). El único logro considerable de la película es, quizás, el
personaje del “El catorce” Ramírez, el antihéroe de la película que, no
obstante, no es sobrepeso suficiente para
la bonhomía de Gorostieta.
Cristiada
no
es una película reveladora; ni siquiera porque desempolve una parte de la
historia nacional poco conocida. Es una obra a gusto que se promociona al
final de las homilías dominicales, y que, además, cae en el rubro
de filmes poco fiables, como la Frida de Salma Hayek o el Zapata
de Alfonso Aráu, que, para fortuna de Cristiada, sigue siendo todavía,
y por mucho, la peor.
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