¡Aplausos!
Todos voltearon a verlo y la idea, para qué negarlo, hizo eco en varias cabezas, casi se pudo escuchar, pero por breves segundos
nadie la concretó. Y no tenía por qué ser, finalmente. Si
sólo es el jefe del changarro. Pero comenzó: la junta de trabajo, de por
sí un acto de zalamería desvergonzado, tenía que venir con cereza del
pastel: un aplauso.
<<¿Aplausos? ¿En serio?>>, pensé. Are you fucking kiddin´ me, right?
Pero no. Tras las primeras palmas siguieron otras más. La borregada baló con
las manos, fuerte, mientras el recién llegado agradecía con aires de falsa
modestia la deferencia. ¿Le aplauden porque llegó tarde a la junta que él
tenía que presidir?, me pregunté y a mi mente regresaron las muecas
de todas las personas a las que por angas o mangas he hecho esperar en mi
vida: mujeres, amigos, familia, entrevistadores de trabajo, profesores en la
universidad. Nunca nadie me aplaudió por llegar tarde. Una de mis
maestras de cálculo ni siquiera levantaba la mirada, sólo movía la cabeza de lado
a lado para indicarme que ya no podía entrar a la clase; eso en el mejor de los
casos, otras veces, cuando estaba de buenas, hacía girar su dedo índice para
luego señalar la salida. Otras tantas me reventaba el sermón del por qué
era una falta de respeto llegar tarde… Y sí: ni te acomodes en tu asiento,
salte del salón y mañana regresas con el tema de hoy al dedillo; si no, no
entras.
¿Merecía el aplauso? No, claro que no. Miré a mis lados para
fijarme en los ejecutantes: subdirectores para los cuales el difícil arte de
lamer patas es un oficio dominado, subordinados que querían ser
vistos por el jefe de jefes mientras le aplaudían con bríos y emoción,
invitados que debieron pensar que la figura recién entrada en la sala de juntas
merecía el aplauso. Y los peores: los que aplaudieron porque los demás aplaudían.
¿Qué merece ser aplaudido? El Kind of blue, de
Miles Davis; un solo de guitarra de Hendrix o de Clapton; la sinfonía 29
de Mozart; Los amorosos, de Jaime Sabines; Casablanca o El
ciudadano Kane. ¿Quién merece ser aplaudido? Nelson Mandela, José Saramago,
Yoani Sánchez, Claus von Stauffenberg y todos los participantes en la
Operación Valquiria, y un larguísimo etcétera.
Aplausos pues, pero no a cualquiera sino a quien lo merezca.
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